La sombra de la luna hacía un giro hacia el sur al peso de la medianoche. Era la una de la madrugada, las calles estaban áridas, sólo las tentaciones de la noche se avizoraban, los aullidos de los Perros se escuchaban por doquier como lamentos de desesperación.
Esa noche estaba el ambiente neblinoso y el poste del alumbrado público cercano a la iglesia de la ciudad, alumbraba tanto como la luna y las estrellas. Filiberto estaba espantado, todo parecía indicar que el silencio y lo desértico de la noche, tenía que prevalecer ante las envestidas de lo que pudiese ser una calma eterna.
Se escuchaban voces que rompían con el silencio de la noche, era una mezcla de alaridos de perros, gritos de personas, llanto de niños, se escuchaba música muy lejos, todos provenientes de la mera ciudad, tales ruidos desembocaban de la parte este, con dirección al oeste, y los ruidos de la parte norte desembocaban en dirección sur, es decir, todos los ruidos concluían exactamente en el centro de los cuatro puntos cardinales, como un estruendo sutil de vigilia.
Filiberto, disfrutaba lo que escuchaba, sentía un pequeño temor, esa madrugada, sintió que del altar de la iglesia salía un fuerte olor a incienso. Toda esa maravilla le indicaba que las almas celebraban misa.
Eso era parte del oficio celestial de las almas que andaban penando. Se escuchaban cánticos, voces, las luces estaban encendidas, pudo observar a un caballo sin jinete de color blanco, su caracoleo se escuchaba como un sonido seco.
Filiberto, en ese instante volvió la mirada hacia atrás, observó a un perro de color blanco, no le tomó importancia. Y cuando volvió la vista hacia donde venía el caballo, este ya había desaparecido.
El perro se arrimó a él, en ese momento como a dos metros vio a un hombre vestido de blanco, con zapatos negros.
-¡Hola, que tal!-le dijo el señor.
-Fíjese que desde hace una hora y media, de la iglesia salían cánticos, olor a incienso y se escuchaba como que se celebraba alguna misa-dijo Filiberto.
-No he escuchado nada-contestó el señor. En ese momento, el perro salió corriendo en dirección a la puerta principal de la iglesia, aullaba y aullaba…, lanzándose contra la puerta.
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-Observe ese detalle-replicó Filiberto.
-Esto minuto a minuto se va poniendo interesante-contestó el señor.
Filiberto se distrajo por un momento y dirigió la mirada hacia la iglesia y cuando buscó al señor ya no estaba a su lado.
Filiberto esperó que amaneciera, hasta las cinco y cincuenta minutos de la mañana abrieron las puertas de la iglesia y así pudo observar insitu los pormenores acontecidos, en efecto así fue, pero no presenció nada anormal, todo estaba en orden.
Esperó que llegase el cura, y cuando logró hablar con el le comentó todo lo que había sucedido…
-Hijo mío, ve con Dios y sentite feliz, porque tuviste la oportunidad de gozar de ese placer celestial-dijo el cura.
-Sí padre, haré lo posible por superar la agonía y suspenso que he vivido, ahora entiendo…
Micro Autobiografía: Bayardo Quinto Núñez (Bayquinú) ha publicado veinticinco (25) Libros: Ensayos; Opiniones diversas; Poemas; Cuentos; Relatos; Minicuentos; Novelas Cortas; y tiene varios libros escritos inéditos, y otros que va escribiendo, los cuales en su momento si hay oportunidad saldrán a la luz pública, Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales; Abogado y Notario Público; Instructor Deportivo en Baloncesto, Escritor; Pintor; estudio Siempre Música, Artesano del Calzado, y tras su ardua experiencia en medios escritos de gran trayectoria en Nicaragua, como ¡El Nuevo Diario y Diario La Prensa, y Columnista Internacional! Nicaragüense.

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