Por todas partes se multiplican los indicadores de descomposición social, demasiado graves como para ignorarlos o restarles importancia.
Estos días la atención se centra en Francia, donde miles de personas se manifiestan contra las políticas de recortes en los servicios públicos.
Como siempre, la respuesta de los políticos parece limitada a una sola estrategia: recortar. Es lo más fácil; cuando surge un problema, lo eliminan de raíz sin más reflexión. El problema es que esos recortes no tocan privilegios, sino derechos fundamentales: Salud, pensiones, educación y otras áreas sociales.
¿Por qué no aplicar la tijera a los Bancos, a las multinacionales o a las grandes fortunas? Algo ocurre cuando, frente a los poderosos, les tiembla el pulso, pero con la gente común no dudan en desplegar 80.000 policías para controlar a 100.000 manifestantes.
La clase política parece dar palos de ciego. Han creado un atolladero global del que no quieren salir: beneficios y aplausos para los más ricos, mientras trabajadores y Jóvenes reciben golpes y restricciones. En poco tiempo, ¿qué quedará de la democracia, de las libertades y de la igualdad de las que tanto hablan?
El dinero pierde valor cada día, no solo en Francia, sino en todo el mundo. Y si los gobernantes continúan aliándose con el capital, la situación será cada vez más complicada en todas partes.
Quizás existan pequeños lugares que logren mantenerse al margen, pero la mayoría de la humanidad se enfrenta hoy a un momento decisivo: elegir entre resignarse o defender su dignidad y su futuro.
En el próximo artículo hablaremos de señales positivas. Porque, a pesar de todo, también las hay.
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