¿Nos Darían Hoy el Título de Ciudad?

¿Nos Darían Hoy el Título de Ciudad?
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A propósito del centenario de la declaración de Callosa de Segura como Ciudad.

Hoy, 10 de noviembre, Callosa de Segura celebra un siglo desde que Alfonso XIII le otorgara el título de Ciudad. Era 1925, España vivía bajo el gobierno del General Primo de Rivera, y aquel reconocimiento real venía a certificar la pujanza de un municipio que había sabido labrarse un lugar destacado en la Vega Baja del Segura. Cien años después, como ex alcalde de esta tierra y como analista político, me formulo una pregunta incómoda pero necesaria: ¿nos darían hoy el título de Ciudad?

La pregunta no es retórica ni nostálgica. Es, ante todo, un ejercicio de honestidad intelectual y un instrumento de planificación estratégica. Los títulos honoríficos —como las medallas o los reconocimientos institucionales— deben ser ocasiones para la reflexión colectiva, no solo para la celebración protocolaria. Y en ese espíritu crítico y constructivo es donde quiero situar estas líneas.

El espejo del pasado: ¿por qué fuimos Ciudad?.

¿Nos Darían Hoy el Título de Ciudad?

Cuando Alfonso XIII firmó aquel Real Decreto hace un siglo, Callosa de Segura reunía los méritos que entonces se consideraban indispensables: dinamismo económico basado en la agricultura intensiva y el cáñamo, una vida comercial notable, instituciones consolidadas y una población en crecimiento que superaba ampliamente el umbral de los municipios de su entorno. Callosa era, en definitiva, un núcleo urbano con proyección.

Pero el mundo de 1925 y el de 2025 son radicalmente distintos. Los criterios que definen hoy a una ciudad moderna no pasan únicamente por el número de habitantes o la importancia histórica, sino por su capacidad de innovación, cohesión social, sostenibilidad, conectividad y calidad de vida. Y es ahí donde debemos aplicar el bisturí del análisis.

Fortalezas: el capital con el que contamos.

Fortalezas: el capital con el que contamos.

Callosa de Segura conserva activos que no todos los municipios pueden presumir. Somos la primera productora nacional de redes, cabos y cuerdas, con empresas de referencia nacional e Internacional como IRC, Redes Salinas, El León de Oro o Rombull Ronets, …que exportan a todo el mundo. Contamos además con empresas punteras en otros sectores como PANTER o Aceitunas Bernal, que demuestran que aquí hay capacidad emprendedora y know-how industrial.

Nuestra identidad cultural y patrimonial sigue siendo un activo diferencial: somos las segunda población de la comarca con mayor patrimonio arquitectónico (con varios BIC), número de museos, yacimientos, … el BIC de la cultura del Cáñamo, una Semana Santa con Declaración de Interés Turístico Autonómico… y un largo etcétera. Somos herederos de una tradición que nos distingue y que, bien gestionada, puede convertirse en motor de atracción turística y de cohesión comunitaria.

Además, nuestra ubicación estratégica en la Vega Baja, con acceso a importantes infraestructuras de comunicación y proximidad a núcleos urbanos como Orihuela, Elche o Murcia, o a todo el Corredor Mediterráneo, nos sitúa en una encrucijada de oportunidades si sabemos jugar nuestras cartas en la escala comarcal y regional.

Debilidades: los retos que no podemos eludir.

Pero la autocrítica exige también reconocer nuestras carencias, y aquí es donde el diagnóstico se vuelve incómodo pero imprescindible.

El síntoma más grave de nuestro declive es que Callosa ya no es un lugar atractivo para vivir. Ni para los Jóvenes callosinos que buscan un futuro fuera, ni para nuestros mayores que contemplan mudarse a municipios cercanos, ni para familias de fuera que podrían elegir establecerse aquí. El único flujo migratorio significativo que recibimos es inmigración magrebí, mayoritariamente sin recursos y sin integración efectiva. Esto no es xenofobia, es una constatación demográfica que nadie puede ignorar: cuando una ciudad solo atrae a población en situación de vulnerabilidad extrema y expulsa a quienes tienen opciones, algo está fallando en lo más fundamental.

La sensación de inseguridad se ha instalado en muchos barrios de nuestra ciudad. No podemos mirar hacia otro lado cuando los vecinos expresan miedo a transitar por determinadas zonas, cuando la convivencia se deteriora y cuando algunos espacios urbanos están al borde de convertirse en áreas degradadas. Este es un problema que afecta directamente a la calidad de vida y a la percepción que tenemos de nuestro propio municipio.

Ligado a esto, afrontamos un fenómeno de inmigración descontrolada que, mal gestionado, ha derivado en problemas de infravivienda y hacinamiento. No se trata de estigmatizar a nadie, sino de reconocer que la falta de políticas de integración efectivas, de inspección sobre las condiciones habitacionales y de ordenación urbana está generando bolsas de marginalidad que ninguna ciudad puede permitirse. Hay zonas de Callosa que caminan peligrosamente hacia la exclusión.

Los servicios públicos básicos brillan por su ausencia en demasiados rincones. La Limpieza viaria es deficiente, los enseres abandonados se acumulan en las calles, las zonas verdes están descuidadas, la iluminación es insuficiente y el estado de los viales da vergüenza en pleno siglo XXI. Una ciudad que no cuida su espacio público no se respeta a sí misma.

Todo esto se explica, en parte, por una organización municipal anquilosada, incapaz de dar respuestas ágiles a los problemas reales de la ciudadanía. La burocracia interna, la falta de coordinación entre áreas y la ausencia de liderazgo transformador lastran cualquier intento de mejora.

En el ámbito económico, asistimos al dramático fenómeno de empresas que abandonan la ciudad. ¿Por qué? Porque nuestro polígono industrial no nació con las dimensiones y perspectivas de una ciudad industrial como Callosa, porque faltan suelos disponibles, porque no hay un plan serio de regularización de industrias que operan en condiciones irregulares, y porque la competencia de otros municipios cercanos es feroz. Si no ofrecemos condiciones atractivas para invertir y crear Empleo de calidad, seguiremos expulsando talento y oportunidades.

El sector primario, que fue nuestro orgullo histórico, ya no representa el motor económico que antaño sostuvo a Callosa. Es hora de reconocer esta realidad y actuar en consecuencia.

Una reflexión personal: gobernar con visión de futuro.

Desde la perspectiva que da la distancia, y tras cinco años al frente del Ayuntamiento, debo hacer también mi propia autocrítica. Cometí errores, sin duda. En las primeras elecciones nos quedamos a las puertas de la mayoría absoluta, pero conseguimos formar un gobierno en coalición estable que permitió trabajar con cierta coherencia. En las segundas, aunque fuimos la fuerza más votada, ni los números ni las voluntades políticas nos permitieron conformar un gobierno sólido. Probablemente no supe construir los puentes necesarios, quizá pequé de inflexibilidad en algunos momentos o no logré articular un relato lo suficientemente movilizador para que más actores se sumaran al proyecto.

Es posible también que subestimara la resistencia al cambio de estructuras administrativas oxidadas o que no conseguí transmitir con suficiente claridad la urgencia de las transformaciones que Callosa necesitaba. Tal vez no supe comunicar bien, o no tuve la habilidad política para convertir ideas en políticas duraderas.

Pero hay algo de lo que no me arrepiento: siempre intenté pensar en Callosa a medio y largo plazo. Rechacé el tacticismo político, el cortoplacismo electoralista, las soluciones de escaparate que quedan bien en un titular pero no resuelven nada. Quise construir cimientos sólidos aunque fueran invisibles, apostar por proyectos estructurales aunque no dieran rédito inmediato, planificar pensando en la ciudad que heredarían nuestros hijos y no en el aplauso fácil del próximo mitin.

Gobernar con visión estratégica es ingrato en política. No genera titulares espectaculares, no moviliza pasiones, no da victorias rápidas. Pero es lo único que puede sacar a una ciudad del estancamiento. Y es lo que Callosa necesita con desesperación: líderes que miren más allá de la siguiente campaña electoral, que antepongan el proyecto colectivo a la foto, que sean capaces de decir verdades incómodas aunque cueste votos.

La pregunta decisiva: ¿qué ciudad queremos ser?.

El centenario no debería ser solo una fiesta, sino una hoja de ruta. La pregunta «¿nos darían hoy el título de Ciudad?» tiene una respuesta dolorosa: probablemente no. No porque carezcamos de historia o de potencial, sino porque hemos dejado que la desidia, la improvisación y la falta de ambición nos arrebaten lo que conseguimos hace cien años.

Pero el diagnóstico negativo no debe llevarnos al derrotismo, sino a la acción. Callosa necesita un proyecto de ciudad que parta de la honestidad, que movilice a todos los actores sociales, económicos e institucionales, y que se traduzca en políticas concretas, valientes y transformadoras.

Necesitamos recuperar la seguridad en nuestras calles, dignificar nuestros barrios, poner orden en el urbanismo, dotar de medios suficientes a los servicios públicos, modernizar la administración municipal, ampliar y consolidar nuestro tejido industrial y, sobre todo, recuperar el orgullo de ser callosinos.

Porque el título de Ciudad no se merece por lo que fuimos hace cien años, sino por lo que somos capaces de construir para los próximos cien. Y esa tarea, queridos callosinos, empieza hoy. O no empieza nunca.

El autor fue alcalde de Callosa de Segura entre 2019 y 2024. Actualmente ejerce como profesor de Geografía e Historia y analista político.

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