Hay una crisis que no aparece en los informativos ni en los debates políticos, pero que avanza en silencio. La ves en el gimnasio, en la oficina, en las aulas, en las redes sociales. La ves… si sabes mirar. Es la sonrisa forzada, la risa exagerada, el “todo bien” automático. Pero detrás, hay algo roto. Hay agotamiento. Hay personas que no quieren morirse, pero ya no saben cómo seguir viviendo.
Hoy no quiero hablarte de marketing, ni de publicidad. Hoy quiero hablarte de esa tristeza sin nombre, de ese vacío existencial que tantas personas llevan dentro, incluso cuando parece que lo tienen todo. Porque cada vez más Jóvenes, adultos y hasta adolescentes me confiesan algo en voz baja: “No tengo ganas de nada. Ni de vivir.”
Vivimos en un mundo donde todo se mide en productividad, likes, resultados. Nos exigen estar bien, rendir, mostrar éxito. Y si no sabemos cómo hacerlo, si no sabemos cómo sostenernos, ¿qué espacio queda para simplemente decir “me siento mal” sin ser Juzgados?
Las redes sociales nos venden vidas editadas, donde nadie sufre, nadie fracasa, nadie se siente solo. Pero fuera de la pantalla, la realidad es otra: ansiedad, insomnio, miedo, sensación de estar desbordado. Y cuando el cuerpo no puede más, cuando la mente colapsa, algunos se preguntan si vale la pena seguir. Y eso, aunque nadie lo diga en voz alta, también es una epidemia.
No soy psicólogo. No soy experto en Salud mental. Pero soy observador. Y estoy cansado de ver a gente buena destruirse por dentro en silencio. De ver cómo el sistema solo responde con parches: una pastilla, una baja, un “ya se te pasará”.
Necesitamos hablar más de esto. Sin tabúes. Sin eufemismos. El suicidio no es un tema “incómodo”; es una realidad dolorosa que se cobra más vidas que los accidentes de tráfico. Y muchas veces, es evitable… si tan solo escucháramos a tiempo.
A ti, que estás leyendo esto y te sientes identificado: no estás solo. No estás roto. No eres débil. Pedir ayuda no es rendirse, es empezar a luchar de verdad. Y si conoces a alguien que parece distante, apagado o diferente últimamente, no le digas solo “anímate”. Escúchale. A veces, una conversación puede salvar una vida.
Por Ángel Martínez, columnista del dsalicante.com


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